Diversos países andinos se disputan el origen de este tubérculo, aunque parece indudable, a la luz de las investigaciones de los especialistas, que nació en los valles andinos del Perú. Pocas importaciones del Nuevo Mundo han tenido tanto éxito y difusión en Europa como la papa, que entró como hierba forrajera y terminó siendo el alimento básico de los campesinos y del proletariado industrial en el siglo XIX. Gûnter Grass, en las páginas iniciales de su novela El tambor de hojalata, hizo un notable homenaje al tubérculo tal como se consumía en tierras prusianas. La papa es carne’ perro, no requiere muchos cuidados, aguanta lluvias y frío y se adapta tranquilamente a distintos climas, siempre que no sean demasiado calurosos.
Curiosamente, la papa -voz de origen quechua-, pasó a llamarse patata en España, probablemente por su homonimia con el término que designa al Sumo Pontífice Romano. Sería una hazaña lingüística de primer orden verificar cuándo y de qué manera se llevó a cabo tal proceso: capaz que haya sido una operación de inteligencia de la Santa Inquisición infiltrada entre los primeros gramáticos peninsulares. Pero no es la única traición al genuino origen de la palabra y del tubérculo. Las popularísimas papas fritas han llevado a introducir variedades producidas en el hemisferio norte en todo el continente sudamericano: papas grandes, sosas y de forma uniforme, ideales para las máquinas que las cortan en bastones. Así, las variedades propias de Chile se baten en retirada; se extinguió la Corahíla, desapareció la papa Cacho y quizá cuántas otras variedades. Con todo, aún subsisten algunas de nombres tan llamativos como sus formas irregulares y sus sabores únicos: Azul, Mantequilla, Clavela, Bastoneza, Ñocha, Mojón de Gato, Boyo de Chancho, Estrella, Reina Negra, Araucana, Chamizuda, Doma, Guaicaña, Guadacho, Lobo, Michuñe, Murta, Morada, Negra, Notra, Siete semanas, Pachacoña, Oropana, Quila, Rosada, Blanca, Vaporina, Sedalina, Rolechana, Codina, Guapa, India, Zapatona, Frutilla, Huevo, Chiruca, Soldada, Chona, Bolera.
Así que por estas latitudes no hay patata que valga, la papa es la papa, profundamente arraigada en el lenguaje popular. Un calcetín no tiene hoyos, tiene papas, especialmente si se trata de un forado redondo a la altura del talón. Se dice que algo es “la papa misma”, para indicar que es fácil, o gratificante, o bueno; algo muy positivo, en todo caso. Ante la modulación nasal propia del cuiquerío más recalcitrante, se dice que hablan con una papa en la boca. Y si usted escucha a un cazurro campesino chileno preguntarle si le ha visto el ojo a la papa, mejor que se ría no más.